Los probióticos o microbios buenos, son microbios responsables de la producción de sustancias en el intestino que reducen los procesos inflamatorios y favorecen el equilibrio intestinal. Para conseguir una flora intestinal sana es necesario el consumo diario de éstos, conocidos como las bifídobacterias y los Lactobacillus. Estos se encuentran de forma abundante en las verduras, en el yogurt y en los quesos fermentados (cabrales, roquefort, camembert , brie, gouda, p.e ). Por el contrario el consumo de antibióticos, excesivas carnes rojas y el estrés pueden alterar la microbiota intestinal y poner en riesgo nuestra salud.

Existe evidencia científica que el consumo de alimentos bajos en grasas y ricos en fibra como las frutas (manzana, plátanos, peras, mandarinas, ciruelas, higos) y verduras (lechuga, acelga, zanahorias crudas, espinacas, espárragos, remolachas, champiñones, calabaza, brócoli, alcachofas, judías verdes hervidas o poco cocinadas) y por supuesto las legumbres (lentejas, garbanzos, alubias o chícharos, habas), favorecen el tránsito intestinal, mejoran la microbiota y por lo tanto disminuyen la neuroinflamación en la Enfermedad de Alzheimer, ralentizando el deterioro cognitivo y ayudando a mejorar sus síntomas neurológicos y neuropsiquiátricos.

La mayoría de las investigaciones indican que el consumo diario de leche entera de al menos 200ml (una taza) al día, o bien tres tazas de leche desnatada, es útil para la prevención de la demencia, la osteoporosis, la obesidad, el síndrome metabólico, la hipertensión arterial, los ictus y las enfermedades cardiovasculares. Esto es por su contenido en caseína, calcio y magnesio y por su capacidad de inhibir las citoquinas inflamatorias, disminuir el estrés oxidativo y prevenir la agregación de depósitos de betaamiloide en la Enfermedad de Alzheimer.

Las personas que padecen Enfermedad de Alzheimer, tienen niveles más bajos de vitamina D en comparación con otros grupos poblacionales. Sin embargo no existe un acuerdo unánime sobre si esta vitamina está implicada en el desarrollo de la enfermedad. También se han publicado la asociación clara entre los niveles de vitamina D en mayores de 65 años y la función cognitiva.

La actividad física continuada , diaria, como caminar, subir y bajar escaleras, correr, nadar o montar en bicicleta, es un hábito saludable para controlar los factores de riesgo vascular y prevenir enfermedades cardiovasculares. Además se tiene evidencia que preserva y mejora la capacidad cognitiva. El riego cerebral aumenta con la realización de ejercicio moderado, lo que conlleva a un aumento en la actividad de todas las células nerviosas, y en especial de las neuronas. Con ello se incrementa la producción de las diferentes sustancias reguladoras (neurotransmisores) que intervienen en las distintas funciones cerebrales, activando y regularizando las vías nerviosas que, sin el ejercicio, se encontrarían aletargadas. Por otro lado produce endorfinas endógenas, hormonas del placer o la felicidad, que nos hacen sentirnos mejor.

En los pacientes con demencia retrasará la pérdida de habilidades motoras, así como la pérdida de deambulación, etapa final de esta enfermedad. Podemos adaptar el ejercicio a nuestro familiar, cuando no pueda caminar una hora diaria, pasearemos y nos sentamos un rato. Si ya no camina, podemos movilizar las articulaciones de forma activa con ejercicios simples como contar dedos o mover las manos haciendo círculos, así como también de forma pasiva. Jugar con una pelota en el regazo, invitarlo a lanzarla. El baile también es un ejercicio físico.

Dormir menos de 5 hora al día, o tardar en conciliar el sueño habitualmente más de 30 minutos, se asocia a un mayor riesgo de demencia y aumento de mortalidad por cualquier causa según los últimos estudios publicados. Por ello corregir estas deficiencias en las alteraciones del sueño puede tener un impacto positivo para disminuir la incidencia de demencia.

Además ciertos trastornos del sueño acompañan o preceden a muchas enfermedades neurodegenerativas (Enfermedad de Parkinson, Demencia por cuerpos de Lewis). La apnea del sueño es un factor de riesgo para enfermedades cardiovasculares y también se han publicado estudios dónde es más prevalente en la Enfermedad de Alzheimer. Por ello si el paciente es un gran roncador y/o tiene sobrepeso es importante bajar el peso y estudiar por su Neumólogo si tiene el Síndrome de apnea obstructiva del sueño y poder tratarse.

El insomnio acompaña a enfermedades psiquiátricas como la depresión y también a la Enfermedad de Alzheimer. Es importante tener una buena higiene del sueño, evitar abusar de hipnóticos y benzodiazepinas que empeoran el deterioro cognitivo.